Conciliando un sueño

Hoy es treinta y uno de agosto de dos mil diecinueve. Me hayo en el arxiu del CCCB, en medio del barrio del Raval de Barcelona. Son las seis de la tarde y en el exterior hace un calor terrible. Aquí dentro se está bien, es tranquilo. Levo unos minutos sentado en la mesa de trabajo pensando qué escribir. Me rodeada gente muy concentrada en sus respectivas tareas de estudio, lectura o trabajo. Hace un rato estaba en los sillones intentando leer y me he quedado dormido un buen rato. Se está tan fresco con este aire acondicionado... Está bastante fuerte y me sabe un poco mal por el medioambiente, pero como no decido yo ponerlo o no, me hace sentir menos culpable.

Hace poco me dieron la idea de escribir un blog sobre este viaje. Me hizo recordar el blog que escribía cuando trabajé como cooperante. Más allá que para informar a la familia me ayudaba a ordenar y entender las experiencias que vivía. En el acto de escribir desgranaba mis nudos mentales para que fuesen inteligibles. Una vez más el poder creativo de la mano. En fin, que la idea me quedó rondando la cabeza y aquí me estoy, enfrentándome al papel.

Técnicamente sigo en Barcelona esperando a que empiece el viaje. Aun así llevo unos días con una sensación extraña, siento como que algo ya ha empezado. Anna siempre me habla de los ritmos del alma cuando peregrinas. Cuando tomas un avión llega primero el cuerpo y al cabo de unos tres días la mente. Igual que cuando acabo con la rutina de trabajo para empezar las vacaciones. La cabeza me tarda unos días en habituarse a la nueva rutina, o mejor dicho, a la ausencia de esta. Es como cuando te despiertas. La transición del sueño a la realidad nunca es instantánea. Aunque tenga los ojos abiertos no se ni qué día es, ni donde estoy, ni nada.

También me pasa, aunque a otra escala temporal, que cuando me voy a vivir a un lugar desconocido tardo casi un mes en tomar consciencia del entorno en el que estoy viviendo. Recuerdo que cuando estuve trabajando en Senegal nos pasó a Lucia y a mi a la vez. Legamos con la ilusión del blanquito occidental que va a ayudar al tercer mundo, pero a medida que fuimos conociendo las realidades del lugar empezó a diluirse este sentimiento narcisista. Poco a poco dejó paso a una percepción más humilde del momento que vivíamos. Al cabo de un mes de estar allí, Badara, el padre de la familia que nos acogía, nos explicó en profundidad los problemas que tenia el pueblo y qué esperaban del proyecto de cooperación. Obviamente no se correspondió con nuestras ideas y fue entonces que nos izo ver nuestra arrogancia.

Ahora me pasa algo parecido pero al revés. No sobre el tema de la arrogancia, espero, sobre lo de la percepción del entorno. Esto me pasa cuando voy a volver a casa después de mucho tiempo. Aunque sigo en el lugar, la cabeza se desborda de recuerdos y sensaciones. Viajas mentalmente antes que el cuerpo y puedes sentir las voces y las risas de tus amigos, los abrazos y besos, e incluso algunos olores. De todas maneras, de mi casa es de donde me marcho y desconozco el lugar al que llego. Es algo curioso, llevo tanto tiempo mentalizandome de que me voy, que he entrado en algún tipo de trance. Soy consciente de que estoy cerrando una etapa de mi vida. Me he despedido de la casa de mis padres para siempre y me he despedido de mi ciudad; gente, lugares y momentos que cuando vuelva serán diferentes porque yo habré cambiado. Ya me he ido y ando por la ciudad sin estar aquí, hablo con la gente sin decirles nada y me noto como suspendido en el tiempo. Abierto a un porvenir indefinido. A la vez todo y a la vez nada.

Como cuando antes de ir a dormir, una vez estirado en la cama y con los ojos todavía entreabiertos, la mente se abstrae para empezar a imaginar libremente en el mundo de los sueños.


Una mañana llegando a la plaça dels Àngels, Barcelona


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