Flotar en el tiempo

Hace un año que Clara, Helena y Julia volvieron de Brasil. Estaban las tres radiantes. Recuerdo que Clara vino a comer al piso donde vivía y me impresionó lo guapa que estaba. La felicidad de volver y la euforia de su semestre de intercambio se reflejaban en su rostro. Fue un día especial.

Con Helena y Julia me reencontré por primera vez en la universidad. Estábamos organizando temas del proyecto TO y Helena llegó feliz regalando una pulsera a cada conocido que se encontraba. Me contó que se trataba de una pulsera de la suerte. Era un pedazo de tela de un color uniforme que había que atar a la muñeca con tres nudos simples y pedir un deseo con cada uno de ellos. Representa que cuando esta se cae o rompe es porque los tres deseos ya se han cumplido.

Escogí una de color lila y mientras me concentraba en mis tres anhelos Helena la ató con energía. Desee un desenlace feliz para el proyecto en el que estábamos trabajando, salud para mi familia y suerte en el amor. Lo explico porque ayer, mientas entraba en el recinto de la escuela de arquitectura, me percaté que había desaparecido de mi muñeca. Primero noté su ausencia con el tacto y, al mirar y no verla, sentí una especie de desamparo. Me evocó de golpe todo el año que acababa de irse. Mil memorias pasaron por mi cabeza en unos pocos segundos. Recordé lo mucho que aprendí de TO, tal vez una de las experiencias más duras de mi vida pero de la que he salido no solamente reforzado sino alegre. Pensé en mis padres, mi abuela, mis amigos y les imaginé sonriendo. Todos están bien. Finalmente me entretuve en recordar a Anna y sentí lo feliz que he sido a su lado. Creo que todos los deseos se han cumplido. Levanté la mirada y vi la escuela. Vacilé por un momento y dudé. Dudé del sentido del erasmus que voy a empezar y pensé que ya estaba bien en Barcelona. Tengo claro que tenia la necesidad de irme, pero no tengo nada claro qué he venido a hacer aquí.

He de admitir que prescindir del porqué ya era parte del plan. Toda mi vida me he movido por objetivos muy claros y ahora toca dejarse llevar. Tal vez con la nostalgia del momento tuve un pequeño bajón, pero creo que todo va por el buen camino. El pasado pesa y como no puedo tirarlo por la borda intento guardarlo en un lugar que no me desequilibre.

Supongo que el hecho de que no haya empezado hablado del lugar en el que estoy significa me siento cómodo en él. Me he apropiado rápido de mi nueva habitación. Es uno de los lugares en el que he pasado más tiempo esta semana. Dibujar, escribir y navegar por internet han sido mis principales actividades. Aunque también he paseado mucho y voy conociendo nuevas personas poco a poco. Siempre tuve la sensación de que Atenas seria sexo, drogas y rock and roll des del primer día, pero está siendo un poco lo contrario. Me veo un poco ridículo recordando mis expectativas.



De todas maneras, me está gustando este inesperado y tranquilo comienzo. Le doy valor a las pocas cosas que hago y eso me llena. Vivir sin depender del tiempo es un ejercicio que hay que hacer a conciencia. Hoy ha llovido muy fuerte y cuando ha parado me han entrado ganas de ver la ciudad des de un punto elevado. Todavía no había visto nubes en esta ciudad. Me he decidido a subir hasta la cima del cerro de mi barrio. Mientras andaba me he cruzado con una tortuga terrestre. Era grande, parecía una roca con piernas. Me ha cautivado su parsimonia aunque iba a un paso ligero, su paso ligero. En general, siempre que he visto tortugas están constantemente andando y su destino ha permanecido para mí un misterio. Se había alejado un poco pero recuperé la distancia y empecé a seguirla muy de cerca. Al principio se asustaba con mi presencia pero al cabo de unos minutos se acostumbró. Subió la montaña sin parar hasta llegar a un conjunto de cactus. En esta época del año nacen sus frutos así que estaba plagado de tunas. Se abalanzó sobre una y empezó a comer con fervor. La agarraba con el pico y luego estiraba con las patas para desgarrarla. Lentamente se iba comiendo los pedazos que arrancaba quedándole todo el morro teñido de rojo.

Estuve un buen rato con ella hasta que paró de comer y siguió su camino pasando cerca de mí. En este punto sentí que me había aceptado a su lado, o tal vez solo me toleraba. Igualmente estaba contento porque me había mimetizado con su ritmo. Al pasar por mi costado la agarré con las dos manos y la miré fijamente. Ella me aguantó la mirada. Creo que hubo algún tipo de conexión telepática. Nada racional, pero tuve la sensación de que era muy consciente de si misma y de su relación con el tiempo. En algunos momentos abría la boca como diciendo algo. Podía ver su lengua de color salmón. Al cabo de un rato empezó a mover las pezuñas y entendí que quería bajar. La dejé en el suelo y cada uno siguió su camino por un lado diferente.


Una tortuga en el cerro de Strefi, Atenas

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