C3 - Ellinikon
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Septiembre de 2044, Atenas:
Sentí hambre. Había dos personas tomando desayuno en el patio y fui a gorronearles algo. Gratamente compartieron su comida. Era una pareja alemana que llevaba un año viajando. Me preguntaron si había venido a Atenas a trabajar o de turismo. No lo tenia muy claro así que respondí que ambos. Luego les pedí indicaciones para llegar al aeropuerto. Me contaron que habían estado allí una semana y que no me podía imaginar lo que me esperaba. Más tarde nos despedimos, agarré mi mochila y me fui para allá.
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Pasé con dificultad entre este cinturón de asteroides con ruedas para penetrar un tupido mercadillo. Hospedados alrededor de la pérgola de entrada, vendedores ambulantes ofrecían todo tipo género. Estaban distribuidos espacialmente por temas: utensilios de cocina, tabaco, ropa, libros, muebles, teléfonos y bicicletas entre otros. Lo único que no había era comida, a parte de cacahuetes y pipas. Le compré un paquete de Camel de los antiguos a uno de ellos. La sonrisa del vendedor me dejó pensando que podría haber regateado más, pero poco me duró esa sensación.
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Me acerqué a una cuyo lema era “Estrategias culturales del fascismo.” Había mucha gente y tuve que abrirme paso para ver qué decían. Mientras me acercaba oí un seseo que no ose creer, pero mis ojos me confirmaron la sospecha. El mismísimo Slavoj Zizek, a sus 95 años de edad, seguía argumentando como una metralleta. Había oído que se retiró al aeropuerto pero no tenia ni idea de que seguía activo. Defendia que había que hacer una organización internacional para combatir las estructuras de poder ecofascistas. En su contra argumentaba una joven diciendo que el movimiento ya se estaba internacionalizando sin necesidad de una superestructura, que el cambio desde la base era real.
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Más tarde supe que estas reuniones son para preparar la asamblea general. Esta se celebra cuando hay luna llena. Así, si se alarga hasta la noche, sigue habiendo luz para verse. En el momento no lo sabia, pero el dia que llegúe era luna llena.
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Mientras andaba por la sala principal vi a Zizek. Estaba sentado frente a un cristal mirando hacia el horizonte. Me acerqué a él para decirle que era un gran fan. Me miró con desprecio y me dijo que todos los jóvenes con el pelo largo como yo somos iguales. Le contesté que todos los viejos como él son igual de gruñones. Soltó una carcajada y me dio una palmada en el hombro. Me preguntó que de donde venia “and so on.” Me dio la bienvenida y me dijo que podía ir a verle cuando quisiera. Me contó que él no salia del aeropuerto desde hacía años, que eso de compartirlo todo no era su estilo, aunque tampoco podía soportar el mundo exterior. Quise empezar a filosofar pero me frenó alegando que estaba cansado. Me señaló la torre de la campana y me dijo que subiese arriba.
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- Todo ser humano, independiente de su origen, género o edad es libre.
- Todo ser humano, independiente de su origen, género o edad tiene derecho a voz y voto en la asamblea general.
- Todo es de todos. Solo se puede poseer lo que cabe en una mochila o lo que se está utilizando.
- Nada puede ser intercambiado entre personas, los recursos se cogen y se devuelven a lo común.
- Las actividades principales son crear y amar, los debates políticos se limitan a la asamblea y los debates filosóficas al aeropuerto.
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Mirando hacia el lado opuesto, había una amalgama de construcciones rústicas. Los tejados formaban una superficie heterogénea pero continua por donde todavía andaba gente. Algunos en dirección a la plaza y otros no. Las casas se acababan donde se alzaba un bosque. Por encima de este se veía el mar. Encendí un cigarrillo y me dediqué a contemplar aquel bello paisaje.
Mirando hacia poniente, a lo lejos, había un rascacielos a medias. Conté veinticuatro pisos recubiertos de cristal, luego seguían siete pisos recubiertos de ladrillo y los últimos tres tenían la estructura al aire. Había algunas plantas con luz y se podían ver siluetas en su interior.
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Quedé perplejo al ver un grupo de cinco adolescentes ¡Iban totalmente desnudos! Solamente uno de ellos llevaba una mochila. Debían tener entre once y quince años. Llevaban un paso ligero aunque iban saltando y jugando. Parecían totalmente desprendidos de preopucpación alguna. Al cruzarnos me miraron y me saludaron simpáticamente. - ¡Geia sou dimiourgiká! - dijeron. Les miré con cara rara porque no entendí lo que decían. Frenaron de golpe y cambiaron rápidamente al inglés para saludarme. Se me acercaron y de manera natural empezamos a jugar. Una de ellas se me arrimó a la espalda y me escaló ágilmente hasta sentarse en mis hombros. Abrazó mi cara y apoyabó su varbilla en mi cabeza. Me contó que allí la gente se saluda diciendo “Hola creativo.” Luego empezaron a disparar preguntas, lo querían saber todo sobre mí. Cuando les dije lo que estudiaba me miraron con desconfianza. La chica en mis espaldas me preguntó si quería ser arquitecto o post-arquitecto. Alegraron la cara cuando reafirmé la segunda opción. - Los arquitectos tienen mala reputación aquí - me dijo.
Les pregunté si no iban a la escuela. Me contaron que escaparon de un internado hace cuatro años y desde entonces viven allí. Guardaron silencio cuando me interesé por sus familias. De todos modos, tras un par de segundos cortaron la tensión invitándome a ir con ellos a los campos.
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Aprovechando que ya teníamos un poco de confianza me interesé en el motivo de no llevar ropa. Me sorprendió que no tuvieran ningún manifesto. Un día se bañaron desnudos en la playa y se sintieron tan cómodos que decidieron ir así siempre que el tiempo lo permitiera. Nunca nadie se lo reprochó. Si tenían frio iban a cualquier ropero y escogían la tenida que más les gustara. Los roperos se ve que son salas llenas de ropa limpia para quien la quiera. Me contaron que crear tu estilo cada mañana era todo un tema allí.
Acabó la amalgama de construcciones y apareció un seguido de estancos. Me explicaron que allí se fitodepuraba el agua que utilizan para lavarse. Se rieron de mí cuando les pregunté por las aguas negras. - ¡Váter seco! - contestó uno sarcásticamente. Había peces y ranas en el agua. Detrás de los estancos cresía un tupido bosque. Me contaron que la madera se utilizaba para construir o para cocinar. El bosque lo cruzaban senderos acompañados de acequias y al salir de este se extendían diferentes cultivos hasta llegar al mar. Hacia el final había construcciones de principios del siglo, que quedaban rodeadas por campos. Encogieron los hombros cuando les pregunté qué había pasado con la gente que vivía allí originariamente. Qué iban a saber, si cuando se ocupó el aeropuerto ellos ni siquiera habían nacido.
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Volví lentamente hacia la plaza central dando una vuelta larga para observar la naturaleza. Había pájaros de todo tipo posados en los árboles. Volaban en bandada de una copa a la otra al dar yo una palmada. Me sorprendió no ver vacas u obejas pululando. Pensé que serian todos veganos.
Descubrí que en cierto punto acababa el bosque de pinos para dar paso a un olivar. Los olivos eran pequeños pero daban algo de sombra. Estaba cansado así que me tumbé bajo uno de ellos y me quedé dormido.
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- ¡Eh tú, sí tú! ¿Qué haces allí parado? Ven a comer con nosotros.
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